"JAIME, EL PEQUEÑO TRAVIESO"
Estimado director del internado:
Buenos días señor director, mi nombre es Jaime Parreño o "Jimy", que es como me conocen en este internado. Le escribo esta carta para contarle un poquito de mi fascinante historia.
Desde muy pequeño me detectaron una enfermedad en los huesos, debido a que no tenía hormonas de crecimiento, pero eso no supuso ningún problema o inconveniente para mi, si no al contrario, yo siempre me aprovechaba de esa situación y lograba conseguir muchos caprichos y ventajas en el colegio. Al igual que en mi casa, donde mi familia siempre me mimaba y cuidaba para que no me pasara nada.
Sin embargo en clase me aburría mucho, y mi profesora decía que mi nivel de inteligencia estaba por encima de el del resto de mis compañeros. Además, mi madre decidió no adelantarme de curso para poder quedarme con mis amigos.
Todo esto cambió cuando mis padres tuvieron a mi hermano Javier. Mi hermano Javier era el niño más guapo que había visto jamás, era lo contrario hacia mi. Yo era bajito, pelirojo, con ojos marrones, pecas en la cara y unos dientes muy descolocados, pero él era completamente distinto, era alto, rubio con ojos azules y una sonrisa perfecta, que conseguía deslumbrar a todo el mundo que le regalaba un caramelo.
Desde la llegada de mi hermano, todo el cariño y tiempo que me dedicaban mis padres, profesores..... Pasaron a un segundo plano, todo el mundo se olvidaba del chico bajito, y solo tenían ojos para el niño guapo del barrio. A partir de ese momento empecé a hacer travesuras para llamarme la atención de todos ellos, solía romper platos, tirar cosas al suelo, no comerme la comida o incluso pegar a Javier.
Todo estas acciones al final acababan en horribles castigos, pero como era tan inteligente siempre solía apañarmelas para librarme de ellos.
Pero en la escuela un día se percibieron de las gravedades que tenían mis hazañas, porque mis compañeros de clase me tenían mucho miedo, puesto que algunas veces los encerraba en el baño, les echaba picante en sus zumos o los tiraba cubos de agua. A partir de ahí en la escuela decidieron que era buena idea enviarme a un internado en Irlanda, puesto que a mi se me daba muy bien el inglés y conseguía defenderme con gran destreza.
A mi me pareció una buena idea y a mis padres también, aunque creo que estaban deseando porque así no se tenían que preocupar más de mi, y podrían centrar toda su atención hacia mi hermano Javier.
Llegué aquí al internado con 10 años, al principio de pareció un lugar agradable donde pensaba que me lo podría pasar muy bien, puesto que había grandes pabellones y pistas para poder jugar al fútbol, baloncesto....
Sin embargo el encanto que tenía el patio del recreo, lo perdían las habitaciones, parecían celdas donde solamente había una cama, una mesa de estudio, un armario y un baño. Además mis compañeros me superaban en altura y fuerza, así que siempre conseguían lo que querían porque me amenazaban.
Estaba harto de estar en ese horrible y triste lugar, donde la comía parecía cartón y plástico.
Allí conocí a Mark, un chico alemán que se parecía mucho a mi, pronto nos hicimos muy buenos amigos y nunca nos separábamos. Se convirtió como en un hermano para mi. Los dos queríamos escapar de esa cárcel y cada día hacíamos mucho planes para poder salir de allí.
Al final gracias a nuestra inteligencia, sabíamos los horarios y descansos de cada uno de los profesores y vigilantes que trabajaban en el centro. Y gracias a los alumnos más mayores, pudimos saber cada rincón y espacio donde nunca se prestaba atención.
Pero lo que Mark y yo no nos esperábamos es que un día nos descubrieron cotilleando los planos del internado, y nos castigaron durante 3 meses a trabajar en el comedor. Allí fue donde nos dimos cuenta de que la cocina era el lugar perfecto por donde podíamos escapar, porque cada semana un camión traía todos los alimentos que nos hacían falta.
Mark y yo lo tuvimos claro desde el principio, después de dos años allí, teníamos que salir de allí como fuese, así que un día, aprovechando nuestra pequeña estatura nos colamos en el camión y logramos salir de aquel lugar.
Ahora ya estoy en España y aunque no volveré a hacer ninguna trastada más pienso que en su internado podrían tratar mejor a los jóvenes, porque si los seguís tratando así creo que harán trastadas mucho más graves que a las que estarás acostumbrado.
Por último te doy las gracias por haber podido conocer a un gran amigo como Mark gracias tu antro.
Aquí tienes una foto mía para que te acuerdes de mi, y recuerda, "Nadie me podrá parar los pies".
Un gran abrazo: Jaime Parreño Torres